Ayer, el día se presentó inestable: calor en la humedad, sol en la tormenta y, con ese panorama, viajé a Moreno, subí unos cuantos escalones (!qué bueno que ando todavía subiendo escalones!) y me encontré con la pequeña gran maravilla de un anfiteatro precioso y en el centro del escenario lo que podría haber sido, sin duda, un cuadro de Frida, ya que me remitió a Naturaleza muerta con sandías. El erotismo en la disposición de las frutas dejó, por un momento, que volviera a mi mente la Rosa brillando; Bastaba ver esa ornamentación de frutas para asociar todo eso con Juan Parodi y entonces, una ya presumía que lo que vendría después tenía que ser ubérrimo, vital y necesariamente jugoso y radiante. A veces las presunciones fallan, se quedan a medio camino y, sorprendentemente, una descubre que todavía hay más lugar para el asombro y que, ese asombro, tiene nombres y apellidos que pueden pasearte por la magia ensortijada de pelos desgreñados, velas y vino. De pétalos montados en sueños de libertades prisioneras en la piel. Por la canela y los clavos como respiración agitada entre harapos de deseo o desnuda e infiel como flores bigámicas. Por la locura de amor que mata con mano de cordero inocente o la libidinosa gula que no tiene más fe que la del orgasmo que empieza entrando por el oído. Todos los gustos sensoriales al servicio del placer contados con la esplendés de quienes no ignoran o ¿sí? su capacidad, narrando, de dar. Convirtiendo, por un rato, la humedad y el calor en gozosa lujuria; el sol y la tormenta eclosionando en la lasciva e inefable voluptuosidad de los sentidos.
Mónica Angelino.
Mónica Angelino.
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