El viento suave espantó hasta la última nube. Adormecida, la
tarde se refugió en las sombras. El otoño dibujó garabatos en el suelo.
Las luminarias pintaron de azul la mesa del banquete y la fruta,
el pan y el vino brillaron entre la platería y los cristales de antaño.
El público fue ocupando sus butacas. Expectante, con el
asombro de quien no sabe muy bien de qué se trata.
La música invadió el aire y las narradoras salieron a
escena. Los azules, los verdes, los rojos pintaron arcoíris en sus voces y la
palabra contada fue la dueña del lugar.
Las historias se sucedieron, los personajes cobraron vida… y
fue la magia.
Una hoja indiscreta montada en la brisa, caracoleó en la
mesa y bailó con los pétalos de las rosas que tapizaban el suelo.
El brindis coronó el hechizo y los aplausos fueron eco
en el techo de robles y liquidámbares.
La mesa estaba servida. Los invitados fueron dejando sus
pareceres mientras probaban aquí y allá… frutillas, uvas, panes…un sorbo de
vino…
Y sí, las comidas pueden dar sorpresas, y cuando se mezclan
con la palabra dicha, la alquimia puede ser explosiva.
El público, sin apuros, fue dejando el lugar. Ahora sabían
de qué se trataba.
La música silenció sus voces, se apagaron las luces
y la mesa sacudió el mantel hasta la próxima función.
(Beatriz Dasso)
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